Por Nicolás Toro Herrera (psicólogo).
Vender mediocridad con un discurso esperanzador o el trabajador que carece de toma de decisiones y se esfuerza por realizar acciones productivas, pero que no deslumbra con su trabajo y mucho menos gestiona recursos o le hace el trabajo al jefe.
Estos iconos o roles que uno visualiza en una organización regulan la homeostasis (equilibrio) del sistema relacional y laboral en el cual se desempeña el trabajador. Pero que sucede cuando hay un exceso de miembros que venden “humo, charlatanería, arena en el desierto o helado en la Antártida” es predominantemente mayoría en el contexto laboral, que clase de ambiente creara con el que se esfuerza y es esa figura que no brilla porque no le gusta mostrarse, es de trabajar en silencio pero cumple, siendo rígido y directivo (cumple objetivos).
Para alguien lo mencionado puede ser sinónimo de éxito, pero en la cultura chilena el trabajador debe socializar, esto último no debe ser motivo de sacar la vuelta, más bien alude a expresar mis afectos, pensamientos y sensaciones sin el afán de agredir.
El problema de estas organizaciones es como se distribuye el recurso humano en la organización, ya sea en cargos donde se necesite gestión y en otros en el cual predomine la acción, invitando a estos últimos a lucir su trabajo con capacitaciones en sus habilidades blandas, porque el trabajador que no gestiona, no se debe argumentar ante la jefatura con el discurso que no le gusta, al contrario ese motivo es la barrera que pone la persona para la verdadera razón de porque no quiere realizar otras competencias en la empresa.
Si la organización invirtiera en el bienestar del recurso humano (capacitación, intervenciones del clima organizacional, abordar la salud mental del sistema laboral, contratar idóneamente al personal en los cargos, entre otras variables que influyen) indirectamente estaría trabajando en la productividad laboral de forma ascendente.