Francisco Sepúlveda tiene 19 años, es de Putaendo, y compitió por primera vez de manera oficial en rodeo. Para el joven, que tiene síndrome de Down, los caballos son su pasión.

Reportaje: La Tercera.com

Un joven novillo escapa en la medialuna del Club Los Patos, en Putaendo. En el recinto, cuya infraestructura está marcada por las tablas celestes que sellan el espacio, y por una densa arena que cubre el piso, hay dos jinetes, con manta y sombrero de huaso, quienes son inseparables en la lucha por atajar a aquel animal. A lo lejos parece un típico dúo compitiendo en una de las miles medialunas que existen en Chile. Pero no.

Uno de ellos es Francisco Sepúlveda Cortés (19), un joven con síndrome de Down que por primera vez compitió, previo permiso de sus padres, en un campeonato oficial de rodeo. Era su sueño, y lo cumplió en el último encuentro de la temporada el sábado 18 y domingo 19 de enero, al lado de su amigo Byron Olguín (37). El joven, además, se puso la herencia familiar al hombro, pues representó al equipo en el que el padre forma parte, el Club la Ermita de la Asociación Putaendo.

Desde pequeño que Panchulo, como le dicen sus amigos, tuvo una especial conexión con los animales, en particular con los caballos. Sin embargo, allá en Rinconada de Silva, lugar donde reside el jinete, a Francisco le costó comenzar a dar sus primeros pasos, por lo que su familia decidió llevarlo a terapia. Dos años tenía por aquel entonces, edad en la que ya se lo podía ver en sus primeras andanzas como huaso, según cuenta Carolina Sepúlveda (32), su hermana, quien muestra una foto en la que aparece serio, con la mirada fija en algo que el cuadro no alcanza a mostrar. En esa postal, el pequeño Francisco luce elegante, con manta negra a rayas, camisa blanca, chupalla y pantalón oscuro, el cual se abulta a la altura de los tobillos por sus cortas piernas.

Pero la terapia no funcionó como se esperaba: había que hacer algo para estimularlo. La solución fue la montura. Primero, con un pony de plástico que la familia le compró, y que sirvió para que después se acostumbrara a un caballo. “Le empezaron a hacer masajes con el caballo que tenía y a subirlo para que se le afirmaran las piernas. Sin embargo, él no quería estar amarrado al caballo, por lo que le hicieron una montura especial”, explica su hermana. Fue a los cinco cuando se subió por primera vez a un caballo. De ahí no se bajó más del animal, forjando una unión que es inseparable en su vida.

Ese amor por los caballos también se trasladó hacia el rodeo. Ambas pasiones fueron creciendo con él. En eso, mucho tuvo que ver su padre, Juan Sepúlveda (52), quien desde pequeño lo llevó a la cordillera, a internarse para andar a caballo y perderse por los cerros que cruzan Putaendo, y que colindan con los brazos que extiende el Valle del Aconcagua.

“Desde chiquito que lo llevo a caballo al cerro. Hemos andado hasta ocho días en la cordillera. Desde pequeño que le gustó el caballo”, dice orgulloso su padre al otro lado del teléfono. Incluso, ya a los 10 años comenzó a participar en el barrilete alrededor de la medialuna, donde tuvo su primera aventura en una pichanga.

Pero a Francisco le faltaba algo. Ver desde las graderías las competencias de las que no era parte lo hacían desear estar ahí, dentro de la arena, para sentir el galopar entre sus piernas y el viento chocar en sus mejillas: quería correr como un huaso común, en una competencia oficial. Para lograr ese anhelo él sabía que tenía que contar con un compañero fiel, y ese no era otro que Olguín. “Él es mi amigo, mi compañero de rodeo”, dice el joven jinete sobre su socio, algo que complementa la misma Carolina: “Él lo adora. Son un par inseparable. Es un amor tremendo que se tienen ambos”.

Dos años cumplió Francisco como jinete del Club la Ermita. Su carnet oficial fue donado por la Federación de Rodeo Aconcagua, algo que ayudó a gestionar el vicepresidente del club, Juan Silva (46). “Es algo que nosotros hace tiempo veníamos incentivando a Francisco, tratando de que se atreviera, porque ya habíamos realizado unas pichangas, como se llaman las no competitivas. Es una satisfacción”, expresó el dirigente.

A Panchulo le fue bien en Los Patos. Corrió dos series y en ambas marcó, siendo felicitado por el delegado de la competencia. Sin embargo, es un joven ambicioso. Algo que explica la misma Carolina. “Cuando estábamos en la medialuna Los Patos, pensábamos que le estaban regalando los puntos. Pero no, el delegado dijo que lo estaba haciendo muy bien. Francisco lo miró y replicó que no, que él lo había hecho más o menos. Él quería ganarse la escarapela”, relata.

Ahora, al joven jinete se le abrieron nuevos desafíos. Uno de ellos es en abril, cuando parta la nueva temporada de rodeo, a la espera de lo que pase con el coronavirus. Desde su entorno aseguran que tendrá permiso para competir. Por ello, se prepara de la mano de su compañero Byron, con quien esperan conquistar todas las medialunas con sus caballos, y demostrar que no hay barreras que impidan cumplir los sueños. Anhelos que para Panchulo se traducen en unas ganas incansables de montar, porque, como él mismo dice, “el caballo es todo para mí”.